sábado, 14 de noviembre de 2009

Oh Galilea, qué fortuna la mía...





Venía en el tren, mirando mi reflejo pausado, imagen en el cristal deshaciéndose en insatisfacción, mientras se mezclaba con la realidad que pasaba fuera del coche a toda velocidad. (Como lo suele hacer siempre en mi vida. Todo pasa sin enterarme.)
Cuando me enamoré, (así que lo extrapolo a todo el mundo, pensando que todos sentimos lo mismo, por la idea esta del "sentirse identificado", que llena mucho, oye) -empiezo otra vez- Cuando nos enamoramos realmente, uno de los deseos que afloran es el de congelar esa imagen, que es un todo. (A parte del tiempo) . Mantenerle en tu retina por siempre, y que nunca muera. Poder conservar un pedazo de toda esa... complejidad, que te completa.

Bueno, yo no tengo muchas ganas de hacer fotos, la verdad.

Pero igualmente me gusta la sensación.

Más vale tener cuidado con lo que quieras fotografiar, todo eso es muy relativo. Igual piensas que detrás de la cámara hay alguien, que es y no es. Vaya traición la idealización romántica... es una bofetada a mano abierta.

Me gusta, porque no te miro tras ningún objetivo. Ni quiero deformarte en ilusiones.

No quiero... deformarme mentalmente. (Más). (Aún).

1 comentario:

  1. me gusta.


    no me refería a esa sensibilidad, sino a la de las apariencias, al mundo que no es el inteligible.


    :)muaca

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