jueves, 3 de diciembre de 2009

Un color rojo me muerde las ganas.

Desparramaste elegantemente el humo de tus pulmones en mi cara, puliste mármol en la noche, y yo te pedí telepáticamente, que me dejases besar tus ideas, una a una, que veía pasar en forma de diapositivas por tus ojos, medio llorosos de frío invernal.
Casi, casi...

Casi te amé.
(Anoche, de puntillas)
[Para que no pudieses verme, sentirme, ni oírme]

La brisa de tu aliento (que aún conservo) entremezclada con el humo, caliente, mi nariz alerta para captar tu perfume y retenerlo, el aroma, algo, pero que fuese tuyo y de esa noche nada más.

Al abrazarte/arme/arnos como despedida, sentí tu cuerpo tiritando, intentando buscar el calor inalcanzable en el mío, deseando que fuese un abrazo eterno y fundirnos como el chocolate, dulcemente.
Pero las normas son las normas: debíamos irnos.
Acaricié tu espalda deseando que desaparecieran los abrigos que separaban tu piel de mi piel (bendita espalda), y, vi tus ojos entrelazándose con una sonrisa cómplice en los mios.

[¿Todo esto me lo imagino yo sola?]

Sentí unas inmensas ganas (y un vértigo de precipicio) de besarte.
Por segunda vez.



(Pero las normas son las normas...)

1 comentario:

  1. Siempre quedará guardado en una caja de papel el humo del recuerdo o del sueño.¿No?

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