martes, 29 de septiembre de 2009

Tregua y Vestigios.



NACIMIENTO.

Surgió con la ansiedad que provocan las ganas de sentir. Sentir algo: que no estaban muertos, estrangulados a manos de la rutina mecánica, o vaya usted a saber...


MUERTE.


El coche subió la colina. Tantas noches se sentían reyes con la ciudad entre sus manos, y ese sentimiento de grandeza profundo, recíproco, único.

Ahora pensaban cómo seguir siendo gente normal, cada uno con su vida.
Se tomaron su tiempo, él dijo: cuando estés lista, vuelve.
Volvió; ojos rojos, ronca, cordones desatados...
Hubo un abrazo, el último, que desgarraba a cada minuto con la certeza de que, ciertamente, sería el último.

El coche bajó... Y volvieron a ser dos personas, en la misma ciudad.




CENIZAS.

Dio una calada, intensa, como las ganas de comerse el mundo; como el ansia de sentirse libre.

Después, una pequeña.

Una eternidad.

Difuminó el humo boqueando, con una lentitud digna de tortuga, tal como el malo en sus películas: un momento mágico; achina los ojos y pone cara de pena.

Mientras, observaba entre sus dedos cómo el tiempo lo convertía todo en ceniza.

-Esto es lo que MÁS se parece a estar enamorado. - Dijo, y pasó el amor, lo compartió, con otros pulmones tristes.

jueves, 24 de septiembre de 2009

La rabia nunca murió cuando mataron al perro .

martes, 22 de septiembre de 2009

Marta.


Es bonita. Sin dudarlo. Ella... cómo decirlo... ella tiene encanto. No es como otras mujeres que, sí, son bonitas, atractivas, pero la cosa muere ahí.
Marta se maquilla. Hoy es dos de agosto. Diez de la mañana, y aún queda mucho día por delante.
La boda es a las cinco. ¡Su mejor amigo se casa! Dios mío, si parece que fue ayer cuando soñaban con un futuro que parecía tan lejano... y ya ves: está aquí. El presente pasa a ser pasado de forma tan rápida y súbita que da vértigo.

Marta es bonita, sencilla, así, natural. Pero se maquilla. El pelo negro, negro, oscuro como un misterio cae sobre sus hombros desnudos y brillantes como una cascada de rizos benditos y morboso volumen. Seda negra. Se recoge el cabello en una coleta pegada a la nuca, y cuando lo hace, sus brazos se tensan doblados hacia atrás, y su frente se arruga para lograr seguir mirándose al espejo, seria y firme, excitada y feliz de vivir una novedad como esta.

Nervios...en el estómago.

Dani irá a la boda.

Hace tiempo que perdieron la conexión... desde el instituto, sí, pero esta última vez que se vieron fue mágica. Siempre hubo una especie de tensión placentera entre los dos.
Marta sonríe misteriosa al recordar la última vez que coincidieron.

Y hoy, de nuevo, lo volverá a ver.
En parte por eso Marta se maquilla.


Lava su cara, y las gotas de agua, al resbalar por su piel, parecen diamantes a la luz del sol de media mañana.
Se seca, con delicadeza, va cerrando los ojos a cada contacto de la toalla con su piel, de una pureza extrema.
El maquillaje ahora es en balde. Dani debería verla así.

Pero Marta se maquilla.

Toma el color en sus manos y se lo extiende en pómulos, barbilla, nariz y frente. Ya es un punto más morena. Desliza un lápiz de ojos con una decisión imponente, disfrazando su mirada negra de una brutalidad increíble, y se alarga las pestañas, las estiliza aún más de lo que las tiene.
Un toque rosado a sus mejillas. Un pecaminoso rojo para sus labios de diseño.

Se mira. Se gusta. No hay mayor secreto en la belleza que ése: gustarse.
Sonríe confiada y decidida.

Libera su pelo de la goma que lo comprime y su melena baila libre pastando en su espalda.

Marta se levanta y camina descalza hasta el armario. Contempla la adquisición como una obra de arte: un vestido negro, elegante y perfecto. Sencillo. Simple. Las complicaciones las pondrían más tarde sus curvas, pegadas a una textura de seda; la figura de su cuerpo se marca de pecho a rodillas.

Se sube a los tacones. Seis centímetros de...¿seguridad? Hoy, desde luego, seguridad. Sus piernas se elevan de tono. Sus pasos resuenan en el silencio de una casa vacía.

Marta está segura de sí misma; confía en que hoy Dani la admire y por fin estén juntos.

(Sonrisa misteriosa de nuevo).

Ella completa su ritual paseándose un poquito delante del espejo, el mismo que en otras ocasiones la pone a parir, ya que es de los únicos que dice las cosas claras hoy en día.
Agarra su bolso con decisión, y sale de casa.


Al llegar, todo el mundo la halaga por verse tan bonita, y en segundo lugar, por haber acabado su carrera con sobresaliente nota. El orden de los factores en otra ocasión hubiera alterado el producto, pero hoy... no importa. Quizás suba más su autoestima, incluso.

Pero, ¿dónde está Dani? A decir verdad, ella sólo busca sus halagos.

La ceremonia se celebra, la novia está preciosa. Todo parece divino, pero, ¿dónde está Dani?

Se da paso al banquete, ella sonríe a todo el mundo con amabilidad, pero está impaciente. Come sin mucha gana, sin dejar de vigilar la puerta un solo segundo, y haciendo como que presta atención a la conversación que supuestamente mantiene con la tía del novio sobre los zapatos de fulanito pi.

“Qué situación tan patética”, piensa Marta, “¿Es la boda de tu mejor amigo, y tú sólo piensas en ver a Dani? Marta... das un poco de pena”.
Está vencida. Dani no viene, y parece que tampoco vaya a venir nunca.

Se recompone, más o menos se hace a la idea de disfrutar lo que queda de velada, dejando atrás todos los pensamientos desalentadores con un soplido: de que el maquillaje realmente sí que fue en balde, al igual que los nervios del estómago, como el vestido de infarto...

Entonces, Marta se dispone a opinar sobre los zapatos de fulanito, cuando, de repente... sí... ¡¡ahí llegó Dani!! Como una aparición... Está guapísimo de traje, y a Marta se le ilumina la cara con la luz divina de la esperanza y alegría. Se levanta entusiasmada para saludarle, se aclara la garganta, prepara la mejor de sus sonrisas y, de repente, de entre las sombras, como por ensalmo, aparece una chica detrás de Dani, que se agarra de su mano. Él la corresponde con un beso, sellando su sonrisa y complaciéndola con una tierna mirada.

Y Marta se siente morir.

Acaba el día, vuelve a su casa, se mira al espejo, que le escupe un: “¡Estúpida!” sin compasión, y los tacones vuelven a resonar en el silencio de una casa vacía.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Benedetti.


"Mi táctica es quedarme en tu recuerdo, no sé cómo ni con qué pretexto, pero quedarme en vos."

miércoles, 9 de septiembre de 2009






Tú dijiste: "Parece un fuego artificial."





Y yo pensé: "¡Quiero abrazarte!."